Es tiempo de entenderse, de cultivar lenguajes que nos hermanen, si en
verdad deseamos ser una generación pacificadora, dispuesta siempre al diálogo,
a través de actitudes abiertas que nos aglutinen y converjan en la creación de
un cosmos, en el que el respeto de sus moradores, sea abecedario constante en
los labios de sus gentes. Los retos que se nos avecinan, puede que tengan sus dificultades,
pero al final con la cooperación de todos, conseguiremos frenar el cambio
climático, e igualmente, serán más ordenados y seguros los grandes
desplazamientos de migrantes y refugiados, con la colaboración de otras
políticas más poéticas, o sea, de servicio y mano tendida. Esos 250 millones de
migrantes, que representan un 3,4% de la población mundial, precisamente,
buscan en cada uno de nosotros un corazón que nos les rechace, una población
que no los etiquete depreciándolos, y protegiendo únicamente los intereses de
ciertos individuos privilegiados, que es una manera de excluirles. Con razón,
se dice, que la senda de la virtud es muy estrecha y que el camino de la
inmoralidad es más ancho y espacioso.
Ciertamente, cuando
uno no se respeta así mismo, difícilmente puede frenar los desenfrenos. A
propósito, decía el inolvidable filósofo chino, Confucio, allá por el 551 AC-
478 AC, que “los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se
quedan como amos”. En efecto, una sociedad enviciada mundialmente, se destruye
así misma. Las piedras del terror, que son de odio y venganza siempre, desechan por principio toda vida. De hecho, el
reclutamiento de los sembradores del horror es más fácil en situaciones en las
que se pisotean derechos humanos y donde se toleran las injusticias. Por eso,
es importante crear las condiciones para un futuro digno y justo. Ojalá
aprendamos a ser mortal de buena acción, comprometido de verdad con el bien
colectivo, coherente con la consideración hacia cada ser humano, responsable
con la búsqueda de una verdadera concordia en suma. En cualquier caso, la
actitud de asistencia nos exige un cambio de energía, tanto desde nuestro interior
como en sociedad, sólo así conseguiremos que nos gobierne lo armónico,
rechazando ese espíritu intransigente dispuesto a vengarse, en lugar de
redescubrir la grandeza de la creación,
como habitantes de la tierra, ciudadanos de bien y hombres de paz.
Sea como fuere;
por el aluvión de vicios y ociosidades, enfermará la mansedumbre y la clemencia
de muchos; ¡quiérase! Por tanto, estamos obligados a ser personas equilibradas,
encomendadas a poner orden y paz en un espacio que es de todos y de nadie en
particular. Urge, en consecuencia, acrecentar las coaliciones y que el mundo
deje de estar dividido por los endiosamientos de algunos poderosos. Sin ir más
lejos, la Alianza África-Europa, tres meses después de ser anunciada, empieza a
ponerse en marcha con una inversión estratégica y de creación de empleo, en
educación y habilidades y trabajos combinados, en un entorno de negocios y
clima de inversión, con un soplo integrador que es lo realmente motivador.
Dicho lo cual, conviene recordar que no
vamos a cambiar el planeta si no modificamos esta mentalidad egoísta, por otra
de menos intereses y más solidaria. Quizás tengamos que establecer acuerdos para
ilusionarnos. Por desgracia, uno de los pactos más necesarios suele estar roto
en muchos países; el educativo, que se ha de dar entre la familia, la escuela,
y la misma sociedad en su conjunto. Al fin y al cabo, son estas medidas de
uniones las que nos permiten mejorar la existencia de las gentes. No nos
confundamos. En el docente quien gana son los chicos, es decir la fuerza viva
del futuro. Conquistada esta batalla, se puede juzgar el pasado. De lo
contrario, mejor nos callamos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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