¿Qué pesa más: la solidez empresarial o la imagen corporativa?
Ciertamente toda empresa
le apuesta cada vez más a consolidar su estructura, operación, diversificación,
alcance, cobertura para así incrementar su cuota, impacto y reconocimiento en
un mercado determinado. Pero, en el mundo que vivimos ¿será esto suficiente?
En los últimos años,
diversos estudios han comprobado que el mercado (las audiencias) ya no solo
compran los productos o servicios de determinada empresa por el puro ímpetu de
satisfacer una necesidad inmediata. Hoy, las personas son cada vez más
complejas gracias al auge que han tenido las nuevas tecnologías en la vida de
los individuos.
Las personas quieren cada
vez ir más allá y encontrar justificantes adicionales, regularmente
emocionales, que incrementen el valor agregado de ese producto o servicio que
pretenden adquirir para que realmente aporte a su vida y la de sus semejantes.
Por esto entiendo que hoy
consolidar una empresa es aún más complejo porque ya no vasta con impulsar los
procesos que se especificaron al inicio, sino que además se deben enfocar en
verse, promoverse y hacerse entender como una entidad que es capaz de satisfacer
otras necesidades que aporten a que los seres humanos sean mejores y tengan una
vida más plena.
Estas otras necesidades
se han entendido como “intangibles”, aquellas que se posicionan en el plano de
lo simbólico, es decir de lo que ese producto o servicio representa en la mente
y corazón de las personas.
Pero este mundo se ha
visualizado tan complejo que aquellas empresas que se han enfocado en
consolidar su operación, pero sin una buena imagen corporativa, no han logrado
su posicionamiento y reputación para que se sostengan en el tiempo y esto
coadyuve a incrementar sus ventas.
Por el contrario,
aquellas entidades que todavía tienen problemas operativos para responder con
efectividad a sus clientes y que realizan una fuerte inversión en promoción y
publicidad, llega un momento en que el mercado les responde pero la empresa no,
por lo que la clientela se desilusiona de ella no volviendo a recurrir a la
misma incluso tomando la decisión de desprestigiarla a viva voz.
Me he encontrado con varias
entidades lucrativas y no lucrativas que tienen consolidada su propuesta
empresarial, pero que no despegan en sus ventas; saben que deben hacer algo más,
pero tienden a recurrir a incrementar viejas prácticas de mercadeo y publicidad
sin lograr muchos resultados.
Cuando las he orientado
sobre la necesidad de implementar una estrategia de imagen corporativa que haga
coherente y entendible la promoción de sus productos y servicios, consideran
que la imagen pública es aire sin comprender que los clientes
lo que quieren tener es una “buena razón para comprar”.
Por esto es que si las
empresas quieren sobrevivir en el siglo XXI no solo deben apostarle a
solidificar su operación, sino también a estimular desde todo ángulo a sus
clientes para que cada quien, a su modo de entender la vida, encuentre esa razón
o justificación “emocional” que los exhorte a comprar.
Una mejor empresa será
aquella que con una buena estructura y una mejor imagen sea la que entienda
mejor a sus clientes y esté preparada para responderles tangible e
intangiblemente.
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