Políticas poéticas
Me gusta que se hable de inclusión y sostenibilidad, de escucha y
consideración hacia toda vida, de nuevos itinerarios y de multiplicidad de
alientos, de nuevas propuestas y de un espíritu solidario universalista,
planetario y sin fronteras, que nos globalice y fraternice. Este avance si me
parece rompedor, distinto a lo vivido hasta ahora, pues ya no se habla sólo de
crecimiento material, sino también de otras dimensiones de integración social e
incluso de conversión ecológica, de transformación de sistemas verdaderamente
irracionales y explotadores, tanto con la naturaleza paisajística como con los
propios seres humanos. Por tanto, se requieren de otras políticas más poéticas,
es decir, más auténticas, aglutinadoras y condescendientes con todos, con menos
intereses monetarios y más capacidad de asistencia, con medidas concretas al
movimiento de las gentes y al clamor de nuestra casa común.
Sabemos que, en los
últimos 20 años, la Unión Europea ha implementado algunos de los estándares de
asilo más altos del mundo; y, que en los dos años finales, la política
migratoria europeísta ha avanzado a pasos agigantados con la Agenda Europea
sobre Migración propuesta por la Comisión Juncker en mayo de 2015. Poco a poco,
está surgiendo, por todos los pueblos, una visión más solidaria y de mayor unidad en cuestiones de migración;
pero aún queda mucho trabajo por hacer. Muchas veces nos falta activar una
acogida responsable y digna. Son estas noticias, de promoción humana y de
respeto por el hábitat, las que nos esperanzan y favorecen el encuentro entre
unos y otros. A mi juicio, es un deber de la propia civilización contribuir a
ese vínculo de concurrencias e intercambio de mundologías. Avanzaremos todos en
definitiva.
A propósito, también me quedo con la reciente llamada
de atención al mundo, de Michelle Bachelet (Alta Comisionada de la ONU para los
Derechos Humanos), en la que aseguró que la desigualdad es una moneda corriente
en todo el planeta ya que “incluso en los Estados prósperos las personas se
sienten excluidas de los beneficios del desarrollo y privadas de sus derechos
económicos y sociales lo que conduce a la alienación, el malestar y, a veces, a
la violencia”. Esto es lo grave. Ojalá activemos la ética en nuestros
compromisos y las actitudes de los diversos gobiernos se interconecten para un
desarrollo más equitativo y justo. Sin duda, el principio cardinal de todos los
dirigentes ha de ser de servicio, y no de servirse de la sociedad para su lucro
personal y partidista, poniendo transparencia en sus acciones y escucha en la
voz de los pueblos. Ya está bien de avivar políticas guerreras e injustas,
corruptas a más no poder, que lo único que fermentan son divisiones y fanatismos,
alimentando la carrera de armamentos y pisoteando el sosiego que todos nos
merecemos.
Desde luego, en todas las naciones los desafíos son
complejos y tienen múltiples causas, lo que exigen respuestas colectivas,
respetuosas con toda esa diversidad. Sea como fuere, si en verdad estamos
realmente preocupados por desarrollar estrategias más comprensivas, capaces de
poner remedio a tanto daño causado, ningún morador puede quedar fuera. Tampoco
gobierno alguno, que se diga con autoridad moral, está en disposición de proponer
la dicha de algunos con exclusión de los demás. No olvidemos que el bienestar es
uno de los valores básicos y principio de las Naciones Unidas. Por
consiguiente, a través de este soplo democrático (un ideal reconocido
mundialmente) es como se fomenta el diálogo y la tolerancia.
En efecto, esta es la gran hazaña pendiente, la de
caminar unidos por la senda de un desarrollo integrador, que nos reconcilie, y
nos haga ver que todo puede sobreponerse y regenerarse. De ahí la importancia,
de que cesen las violaciones a los Derechos Humanos, que es lo que verdaderamente
conduce a profundas discordancias entre linajes. De hecho, se requieren cada
día normas más generales, que regulen la convivencia humana entre la
multiplicidad de culturas, las relaciones de los diversos Estados, así como entre
individuos y países con la comunidad global, cuya creación es hoy urgentemente
postulada por ese bien común mundializado, que es lo que en realidad nos
armoniza como especie. Por eso, no hay que resignarse, ni los políticos pueden
aprovecharse del poder, ni los poderosos pueden arruinar a los más débiles e
indefensos, es la ciudadanía en conjunto la que tiene la potestad de hacer
camino, con vistas a generar un crecimiento más humanísticamente fraterno,
rebajando toda vocación de poder a la de acompañamiento y ayuda. Al fin y al
cabo, todos nos necesitamos recíprocamente.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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